Generá cambios en tu entorno

Activá y generá el cambio para que mejoren los ambientes donde te movés: el barrio, tus vínculos, tu espacio de trabajo.



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Activá y generá el cambio para que mejoren los ambientes donde te movés: el barrio, tus vínculos, tu espacio de trabajo.




Hace tan solo algunos meses, te propusimos que armaras tu equipo y que buscaras tu red de contención entre quienes te rodean. Con esa base sólida, pensemos qué pasaría si empezamos a expandir la sensación de pertenencia e intentamos volverla más social, ir corriendo un poco los límites de nuestra casa y de nuestros espacios conocidos. «Pero ¿de qué aldea me están hablando? Si vivo en una ciudad colapsada de gente…», es la pregunta que seguro te hacés. Y sí, es cierto. De un tiempo a esta parte, el mundo -con su aceleración y sus estímulos infinitos- nos obligó a desconectarnos un poco de las personas. A ocuparnos de nuestro propio bienestar y listo. Pero si hacés el ejercicio de mirar a tu alrededor, seguro tenés un montón de grupos de pertenencia, aunque sientas que a veces lo que te une a ellos es algo muy débil o que incluso vos no elegiste del todo. Pero esa es TU aldea. La que formás con los vecinos de tu edificio. Las personas que saludás en tu barrio. El ambiente que creás en tu trabajo. La convivencia con un grupo de amigos, con los padres del colegio de tus hijos, con tus compañeros de estudio o de algún hobby. No te estamos diciendo que te sientes en la vereda a charlar con los vecinos como hacían nuestras abuelas ni que caigas todos los días al trabajo con facturas, pero hay algo de ese compartir que podemos recuperar cambiando ciertos hábitos. Te proponemos otra manera de relacionarte con tu entorno. No desde la competencia sino desde la pertenencia. Formá parte de lo que te rodea, que no sea solo el «paisaje lindo» en que te movés, sino que empiece a cobrar vida. Apropiate de él. Habitalo. Y vas a ver que funciona. Porque cuando cambiás TU mundo, cambiás EL mundo.

¿QUÉ ES LA «ACTITUD BARRIO»?

Somos seres sociales por naturaleza. Desde que el hombre es hombre, necesita del contacto y del intercambio con otros. Y a medida que crecemos, formamos vínculos más o menos estrechos con padres, amigos, familia, gente con la que compartimos ideas o espacios. Todas las funciones sociales tienen que ver con la comunidad, con la sensación tranquilizadora de que algo más grande nos está sosteniendo. Y esa es una -quizá la más importante- de sus funciones. Y si somos tan sociales…, ¿por qué a veces nos encerramos tanto? ¿En qué medida vamos metidas en nuestras constantes evaluaciones y planificaciones que no somos capaces de levantar la vista y saludar a un vecino que nos cruzamos en un ascensor?

Cultivar una «actitud barrio» tiene que ver un poco con esto: con sacarnos un rato los auriculares -a veces de manera literal- y volver a conectarnos con el que tenemos al lado. Con dejar de depender de las noticias de los medios -en los que el panorama puede ser poco optimista- y empezar a generar acciones propias, que nos convoquen de verdad, nos movilicen y nos conviertan en protagonistas de nuestro entorno. ¿Salir de la comodidad? Sí. Porque hay que explorar. Porque hay que invertir tiempo para intentar cambiar, aunque sea con un granito de arena, el ambiente que compartís con los otros. Pensá por un segundo si todos hiciéramos lo mismo. El mundo no sería el mismo, definitivamente.

¿QUÉ PODÉS HACER?

Salí a explorar tu barrio: Gretchen Rubin -autora de The Happiness Project, que solemos citar bastante- trabaja con un concepto que es el de ser turista sin salir de tu casa. Vivimos en ciudades grandes algunas, más pequeñas otras, pero no importa el tamaño. Cada lugar tiene particularidades y tesoros para descubrir. Lo importante es que salgas y te encuentres con el mundo que te rodea. Reconocer las personas que cada día están en tu barrio pero no conocés. Darte cuenta de cuáles son los días que el verdulero fue al mercado y trajo productos frescos. Descubrí qué hay de nuevo, encontrá el mundo que te rodea y hacelo propio.

Interactuá con amabilidad y diálogo: saludar y sonreír son gestos muy cotidianos que no hay que pasar por alto. Si tus rutinas son más o menos las mismas, seguramente haya gente con la que te cruzás mucho -esa vecina que saca a pasear el perrito a la hora que vos salís para tu trabajo, tus compañeros con los que trabajás cada día, aunque no sea directamente-. Estamos demasiado acostumbradas a la mala onda y al maltrato en la calle. Esta sería una «contracorriente»: decí «buenos días» (¡no cuesta NADA!) y regalá un par de sonrisas por día a alguien que te cruza al pasar. Acordate: ser amable siempre trae premios.

Compartí algo tuyo: nos empeñamos en enseñarles a nuestros hijos que compartir está bueno, pero como adultos muchas veces nos olvidamos de la dimensión de esa palabra. Porque nos gana la competencia, la búsqueda o el estar enfocadas en una acción para lograr algo. La cultura del compartir es muy propia de la comunidad; pensemos en las tribus en el inicio de las civilizaciones. Hoy, con la globalización, pareciera ser que lo único «compartible» es una foto en Facebook o Instagram. Acá hablamos de compartir porque sí. No para mostrarte, sino para sentirte «junto a», para volver más habitable el entorno. Salir un poco de los límites de nuestra casa y ampliarlos: limpiar el cantero del árbol de tu cuadra, hacer ese brownie que te sale tan bien y compartirlo con tus compañeros de trabajo, proponerle a la gente de tu cuadra armar un jardín comunitario o incluso organizar un pool para viajar al trabajo con compañeros de la oficina.

Pensá en ellos: construí con todos tus grupos de pertenencia un nexo mental. Dales un lugar en tu mente y sentí que estás con ellos aunque no los veas. Empezar a incluirlos en tus pensamientos va a hacerlos formar parte de tu vida.

Hacé algo por los otros: acá no hacen falta grandes proezas ni hazañas. Son esos gestos silenciosos que construyen un lazo invisible. Dejá que te sorprendan, hacelos en modo «random», en cuanto descubras una oportunidad. Por ejemplo, baldeá un día el pasillo del PH en el que vivís sin que sea tu turno. Cedé asientos en los transportes públicos y tu lugar en la cola del súper a alguien que lo necesite.

Armá una minicampaña: ¿qué necesita HOY tu comunidad más cercana? Buscá alguna manera concreta de participar en una acción o de subirte a alguna otra iniciativa comunitaria que ya esté funcionando. Puede ser lo que se te ocurra: desde llamar a los recuperadores urbanos para tu edificio hasta promover la separación de basura, las veredas limpias o una campaña para que los autos no estacionen en bicisendas y/o bajadas para discapacitados. También podés pensar en acciones para tu espacio de trabajo (por ejemplo, que todos laven sus platos después de almorzar o promover el uso de la bici para ir a trabajar). Que las reglas de convivencia salgan de la propia comunidad nos pone en otro lugar. Y así sentimos que «estamos siendo» parte de ese cambio.

¿CÓMO SOSTENERLO?

Foto: Inés Auquer. Arte de Ana Pagani. Realización de Diego A. Martínez (DAM). Estilismo de Bárbara Vélez

Buscá una manera personal de involucrarte: no a todo el mundo le sale ponerse al frente de una campaña comunitaria. Pero eso no significa que no puedan hacer algo. Siempre buscando ese fino equilibrio entre sentirnos cómodas por un lado -porque si no, vamos a abandonar la empresa muy pronto- y también exigiéndonos un poquito, probándonos en lugares nuevos y frente a nuevas habilidades, que quizá ni siquiera sabías que tenías. Para que algo se vuelva un hábito, tienen que juntarse el esfuerzo («esto me desafía porque nunca antes lo hice») con la comodidad («soy buena en esto, me sale bien»). La clave para sostener la actitud es que la ecuación sea siempre «desafíos + microcomodidades»; puede ser intimidatorio al principio, pero una vez que empieces y veas los resultados, vas a sentirte bien.

Trabajá en tener una actitud conectada con tu entorno: la vida está hecha de conexiones. Y sentirnos exitosas tiene que ver con haber elegido bien a la gente que nos rodea. Así como para elegir una pareja hay que dar con la persona correcta, también podemos elegir construir «ambientes amigables», felices o como quieras llamarlos. Esa es la única manera de llenar el espacio entre la sociedad que tenemos y la que aspiramos a tener. Y la buena noticia es que está 100% bajo nuestra responsabilidad.

¿EN QUÉ TE BENEFICIA?

Empezar a ponerles el cuerpo, la mente y algo tuyo a las comunidades que te rodean trae consecuencias muy palpables en tu calidad de vida:

Se amplían tus límites espaciales: cuando sos parte de una «aldea», tenés la sensación de que tu hogar se agranda y que los espacios son más amplios. Tu casa deja de ser el único refugio posible y te sentís más a gusto en los ambientes en que te movés. ¿Sabés cómo comprobás hasta dónde llegan los límites de tu aldea personal? Fijate hasta dónde sos capaz de moverte como si estuvieras de entrecasa, así tal cual sos, sin maquillaje y sin producción. Esos espacios forman parte de tu «aldea». Ahí te sentís cómoda.

Te da pertenencia y suma diversidad: sentirte parte de algo más grande que vos te conecta con la sensación de amor y disfrute. También está bueno abrir los ojos y ser permeables a otras realidades, a otras formas de percibir la vida y a compartir las diferencias.

Te sentís más entera para la acción: cuando hay otros mirándote, tu accionar se modifica. Incluso esto está comprobado científicamente: el psicólogo Dan Ariely hizo alguna vez un estudio en el que se colocaba en una oficina una fotografía de una persona que observaba el ambiente. Y resultaba notable cómo las personas cambiaban su modo de actuar de acuerdo a si se sentían «observadas» -aunque fuera tan solo a través de una foto- o no. ¿Conclusión? La mirada de los otros a veces nos estimula y nos fortalece para actuar.

Fomentás un ambiente de cuidado: las actitudes dentro de una comunidad son contagiosas. Basándose en esta idea, dos criminólogos estadounidenses desarrollaron lo que dio en llamarse la «teoría de las ventanas rotas». ¿Cómo funciona? El experimento de base fue dejar un auto con las puertas abiertas en Palo Alto, California. A pesar de que el auto estaba abierto, no pasó nada. El vehículo seguía intacto. Hasta que uno de los investigadores decidió romper una de las ventanas. Tras esa señal de deterioro, los vecinos de Palo Alto rápidamente advirtieron que el auto estaba abandonado y, al poco tiempo, lo desvalijaron por completo. ¿Qué significa esto? Hay algo de la naturaleza humana involucrado: si vemos algo en buen estado, tendemos a cuidarlo. Por el contrario, si advertimos una señal de deterioro y/o abandono, lo más probable es que nos gane la indiferencia o directamente terminemos arruinándolo.

Te saca del anonimato: el anonimato es una tentación muchas veces, aún más en las grandes ciudades. Ser «parte del montón», de alguna forma, nos vuelve invisibles y nos pone en un lugar de cierta comodidad y de menor responsabilidad. Involucrarte, en cambio, te pone en la otra vereda. Hace que tu voz y tus acciones sean vistas y escuchadas. ¿Más difícil? Probablemente. Pero también los premios son mayores.

Domestica tu realidad: por naturaleza, tenemos una actitud que nos inclina a «domar la realidad» -domar viene de poseer, de ser amas- e intentamos tener todo bajo control, como si la realidad fuera algo externo que nos invade. Pensándolo de otra forma, quizá la aspiración tenga más que ver con intentar «domesticar la realidad», o sea, meterla puertas adentro, que se difuminen los límites entre el afuera y el adentro y que empecemos a necesitarnos más. Como diría el sabio zorro de El Principito: «Domesticar significa crear lazos. Para mí no eres todavía más que un muchachito semejante a cien mil muchachitos. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro semejante a cien mil zorros. Pero, si me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo…». Quizás, en el fondo, no sea una utopía pensarlo así, ¿no?.

¡UNITE A LA CAMPAÑA OHLALERA!

Nacimos como una «comunidad de mujeres». Si te fijás en la revista, ese es nuestro leitmotiv desde el número 1. Por eso, creemos en la fuerza de la unión y, especialmente, en el torbellino que genera la energía femenina. En el equipo de OHLALÁ!, a raíz de empezar a charlar sobre «construir nuestras propias aldeas», tuvimos la iniciativa de hacer una campaña barrial para que podamos tener las veredas limpias, sin caca de perros. La idea creció de la mano de Sole Simond, nuestra editora, y fue tomando forma e impulso visual gracias a Vale Boquete, que transformó el mensaje en unos carteles divinos, que invitan a cuidar el espacio público, con el hashtag#aguantemibarrio. Te invitamos a que te sumes a esta iniciativa (podés descargar el flyer en acá) y que vos también seas parte de la movida. Incluso, quizá te sirva para pensar otras minicampañas que pueden nacer de tus convicciones más simples y cotidianas. Si sentís que podés aportar algo a tu aldea, no te quedes con las ganas. Hacelo.

Fuente: La Nacion

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