De la mano de los estudiantes, Hong Kong quiere subirse al tren de la democracia

Lo que comenzó como un cese de actividades creció hasta convertirse en un cara a cara entre miles de manifestantes que luchan por la ampliación de derechos y las rígidas estructuras del Partido Comunista.



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Lo que comenzó como un cese de actividades creció hasta convertirse en un cara a cara entre miles de manifestantes que luchan por la ampliación de derechos y las rígidas estructuras del Partido Comunista.




Las imágenes remiten a la «primavera árabe», que floreció contra las dictaduras de Medio Oriente, o a los «indignados», que en esos mismos meses poblaban las calles de España contra las clases dirigentes. Aunque con cierta demora, la desobediencia civil viajó a China y recaló en Hong Kong, que desde hace una semana vibra con una aguerrida manifestación a favor de una democracia plena.

La protesta civil venía cuajándose hacía días, cuando el 22 de septiembre la Federación de Estudiantes de Hong Kong declaró un paro estudiantil indefinido. Su queja: la reforma electoral anunciada el 30 de agosto por el Comité Permanente del Congreso Nacional del Pueblo de China, en la que se establecía que cualquier candidato a la jefatura de gobierno de Hong Kong tendría que ser aprobado por Pekín. Nada extraño dentro de las reglas de juego que suelen regir en China. Pero, en Hong Kong, los jóvenes estudiantes sienten que están para otra cosa: la libertad total de elección de sus autoridades. Soberanía del pueblo.

«Estamos luchando para votar, queremos democracia», clamaba un estudiante de economía de 19 años la noche en que las cosas se fueron de control, el 28 de septiembre. La policía lanzó gases lacrimógenos en el primero e inútil intento de las autoridades de llamar al orden a los manifestantes.

La decisión de votar entre los candidatos sugeridos por Pekín traicionaba, a juicio de los manifestantes demócratas, la promesa que China le hizo a Gran Bretaña en el camino a la devolución de la colonia. Cuando el gobierno de Deng Xiaoping negoció con Margaret Thatcher la restitución del territorio, después de 99 años de dominio británico, una de las condiciones era que conservara sus libertades y gozara de plenos derechos democráticos.

De ahí que los estudiantes se lanzaran a las calles después de sopesar la decisión de Pekín de retacear los esperados derechos. Luego de casi una semana de paro y protestas de la Federación de Estudiantes, entre el viernes 26 y el sábado 27, la policía arrestó a 47 personas. Las tensiones aumentaban y era previsible una represión más fuerte.

El 28 de septiembre, día de los gases lacrimógenos, fue el punto de quiebre de una campaña de desobediencia civil que comenzó con la Federación de Estudiantes y al que se asoció otro movimiento, Occupy Central, inspirado en el Occupy Wall Street, que en su momento se hizo oír en Nueva York.

«Los estudiantes fueron quienes iniciaron la primera ola, y llevaron a que nosotros adelantáramos la campaña cuyo comienzo habíamos programado para el 1° de octubre, el día nacional de China», dijo Edgard Chin, representante ante Occupy Central de un grupo de banqueros y financistas «preocupados por la situación de la democracia».

Occupy Central fue creado por el abogado y académico Benny Tai. Por medios pacíficos, su meta es la aprobación de medidas «pandemocráticas», la palabra empleada en Hong Kong para referirse a una democracia con derechos civiles plenos, separación de poderes, sufragio universal y candidatura abierta de los poderes Legislativo y Ejecutivo. Algo que no sólo resulta impensable en la China continental, sino que también era inaplicable en Hong Kong bajo el dominio británico.

Ese domingo 28 una marea de miles de ciudadanos, la mayoría menores de 25 años, coparon las calles del centro de Hong Kong de manera absolutamente pacífica. Cuando la protesta crecía, a las 22.30, el jefe de gobierno apostó a una ola de arrestos y una noche de gases antimotines para apagar la campaña de desobediencia civil de un solo golpe.

Pero fracasó. La respuesta en una ciudad que no está acostumbrada a la violencia y a los abusos policiales, y que tiene presente o quizá como faro los sucesos de Tiananmen, ícono de las rebeliones pacíficas, debilitó la posición oficial y volcó a la opinión pública contra el jefe de gobierno, Chiun-Ying Leung.

El lunes, martes y miércoles pasados, los ojos del mundo se volvieron sobre los manifestantes de Hong Kong. Estados Unidos y Gran Bretaña pidieron que se escucharan los reclamos de la calle, aunque dijeron que respetaban los asuntos internos de China. Pekín advirtió que no aceptaría interferencias externas, pero de todos modos mantuvo un perfil bajo. Se rumoreó que no reprimiría la protesta, sobre todo porque en esas fechas se celebraba el día nacional de China, con un doble feriado que sacó aún más gente a las calles y que hacía más difícil encarar una solución forzada.

SIN MUCHO IMPACTO

Los estudiantes exigían como primera medida la renuncia de Leung, a sus ojos un títere que baila al ritmo que marca Pekín, e incluso dieron un ultimátum por el que si éste no renunciaba, comenzaría una segunda etapa de la protesta con la toma de edificios públicos.

La última amenaza llegó en sentido inverso: el gobierno local advirtió ayer que quiere las calles despejadas en las próximas horas o tomará «todas las medidas necesarias».

Si bien la Federación de Estudiantes y Occupy Central llevan la voz cantante, los jóvenes se enorgullecen de no pertenecer a ninguna organización en concreto y de no obedecer órdenes.

Algunos estudiantes de medicina organizaron una carpa con plásticos transparentes, en la que reparten agua, comida y analgésicos, y ofrecen servicios de primeros auxilios. «Estamos acá de forma espontánea. Nadie nos organizó. Regalamos víveres y atendemos a quien quiera, incluso a la policía», dijo uno de ellos a China Files, con una sonrisa generosa.

La pregunta es cuánto podrán durar las protestas. Por el desgaste natural y por las presiones.

La noche del viernes varios de los campamentos que montaron los estudiantes recibieron la visita nada cortés de ciudadanos y grupos de choque -integrados con matones de la mafia- que derribaron las estructuras y se trenzaron a golpes.

«Supongo que soy pesimista, pero dudo que las protestas tengan mayor impacto, excepto para reforzar en Pekín la idea de que Hong Kong no está preparado para elegir a su propio líder», dijo John Carrol, historiador de la Universidad de Hong Kong. Un desenlace abierto.

Fuente: La Nacion

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