Diez grandes discos dobles

Hay vida más allá del Álbum Blanco y The Wall; mirá la lista y sumá tu propuesta



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Pescado 2. Así como Desatormentándonos había brillado por su austeridad (sólo cinco canciones en su edición original), Luis Alberto Spinetta redobló la apuesta con el segundo disco de Pescado Rabioso. Con David Lebón ocupándose del bajo tras la partida de Bocón Frascino, el grupo editó un doble vinilo pensado como una obra en su totalidad, complementada con un cuaderno de 52 páginas con letras, citas e instrucciones de uso.

Daydream Nation. Después de cuatro discos con los que cultivó su status de culto en la escena noise, Sonic Youth pegó el salto en 1988 con su quinto álbum, con un balance entre la experimentación y un lenguaje más directo. El éxito de Daydream Nation (y su posterior legado, aun vigente en la escena indie) llevaron al cuarteto de Nueva York a abandonar la independencia para aterrizar en el terreno de las multinacionales.

London Calling. Mientras la camada inicial del punk comenzaba su lenta retirada, The Clash encontró su propio factor diferencial. Reggae, ska, rockabilly, dub y hasta un guiño jazzero expandieron la fórmula combativa, y la propia banda luchó contra su sello discográfico para conseguir que el álbum se vendiese al precio de un disco simple.

Electric Ladyland. Como si fueran necesarias las pruebas de su crecimiento dinámico y constante, Jimi Hendrix expandió su universo privado en su tercer disco. Psicodelia, blues, funk, hard rock, atisbos progresivos y el primer registro de su uso en sesión del pedal de wah-wah en «Burning of the Midnight Lamp». Las sesiones fueron tan maratónicas y costosas que Hendrix se convenció de construir su propio estudio, que no estuvo listo hasta dos años después, poco antes de su muerte en 1970.

Honestidad brutal. Pasada la euforia optimista de Alta Suciedad, Andrés Calamaro estaba entrando a un período lúgubre de su vida, y decidió plasmarlo en dos discos. Los 37 temas de este álbum doble constituyen el registro fehaciente de jornadas interminables por las que desfilaron Moris, Diego Armando Maradona, Mariano Mores, Daniel Melingo, Pappo y Daniel Melingo, entre varios otros. Al momento de su publicación, la cantidad de canciones fue vista como abrumadora, pero el propio Calamaro superó su record al año siguiente con el centenar de temas de El Salmón.

Mellon Collie and the Infinite Sadness. Según el propio Billy Corgan, Smashing Pumpkins tenía suficiente material para hacer de Siamese Dream un álbum doble, pero la idea quedó en el tintero. Terminada la gira presentación de ese disco, el cantante se puso a trabajar desde cero en lo que llamó «la suma de todas las cosas que sentí cuando era joven, pero nunca pude expresar correctamente». En consecuencia, Mellon Collie es una suerte de despedida de la generación X, una invitación a cruzar el umbral que separa a la adolescencia de la adultez.

Almendra II. En un principio, el segundo álbum de la primera banda de Luis Alberto Spinetta iba a ser una ópera rock. Conforme avanzó el tiempo, el grupo encontró irrealizable su idea, pero en vez de descartar el material que ya tenía, lo puso en diálogo con composiciones que surgieron durante la grabación. Como resultado, Almendra II es bastante más diverso que su predecesor (Emilio del Guercio y Edelmiro Molinari aportaron una importante cantidad de canciones), pero también es más intenso, y permite entender el rumbo que el Flaco tomaría en sus trabajos venideros.

Physical Graffiti. Cuando Led Zeppelin empezó a trabajar en su sexto disco de estudio, sus integrantes notaron que sus ocho canciones excedían la duración estándar que permitían los vinilos. ¿La solución? Expandirlo con outtakes de sus tres trabajos anteriores. El resultado abrió enormemente el abanico del grupo, con una paleta que abarca hard rock, blues, instrumentales acústicos y la colisión cultural entre rock y la música del Oriente Medio.

Toba Trance. ¿Sueña el folklore con el rock stoner? Para Los Natas, es evidente que sí. Originalmente editado como dos volúmenes separados en el sello finés Elektro Records, su edición local compila sendas entregas en un CD doble. Rock espacial, instrumental, volador y pesado, propulsado hacia el cosmos con flautas, laúdes y bombos legüeros.

Reflektor. Después de tres discos pletóricos de barroquismos, Arcade Fire puso a su propio bagaje en diálogo con la música popular de Haití, el afro beat y los ritmos disco. Por su duración, Reflektor podría ser un disco simple en CD (no supera los 75 minutos), pero su división no tiene que ver tanto con tiempos sino con intensidades. Según el propio Win Butler, es necesario tomarse un respiro entre un disco y otro y no vemos motivo para andar discutiéndoselo.

Fuente: La Nacion

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