La nueva vida de Taylor Swift

Ella dejó el country atrás, pasó de las citas y construyó una fortaleza alrededor de su corazón



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Ella dejó el country atrás, pasó de las citas y construyó una fortaleza alrededor de su corazón




«El otro día viene mi hermano a casa», dice Taylor Swift, «y me cuenta: ‘No sabés, acabo de ver un tipo caminando por la calle con un gato en la cabeza'». Fanática absoluta de las metáforas cristalizadas y de los gatos en proporciones iguales, Swift se entusiasmó. «Mi primera reacción fue decirle: ‘¿Le sacaste una foto?'», dice. «Y después me puse a pensar. La mitad de mi cerebro decía: ‘Tendríamos que poder sacarle una foto si queremos. El tipo lo está pidiendo: ¡tiene un gato en la cabeza!’. Pero la otra mitad decía: ‘¿Y qué pasa si tiene ganas de salir a caminar con un gato en la cabeza y que nadie le saque una foto en todo el día?'»

Para Swift (cuádruple multiplatino, siete veces ganadora del Grammy, protagonista un millón de veces de los blogs de chimentos) ser famosa se parece bastante a andar caminando con un gato en la cabeza. «Tengo algunos problemas con eso», dice. «Pero en el fondo, no puedo ser una desagradecida, porque yo lo elegí. Pero a veces -a veces- no tenés ganas de que te apunten todo el tiempo con una cámara. A veces sería lindo que alguien te dijera: ‘Me parece muy copado que tengas un gato en la cabeza. Me parece interesante’.»

***

Es la una del mediodía en el Valle de San Fernando, y el Proyecto Gorrión está en marcha. En el estacionamiento anodino de un estudio en Van Nuys, California, un pelotón de profesionales de seguridad ya está en sus puestos. Cada una de las puertas y escaleras está vigilada, cada una de las ventanas, cerrada. La ocasión: la filmación de un video de Taylor Swift.

Por estos días, una filmación de Swift requiere del tipo de secretismo operativo y complejidad logística pocas veces vistos fuera de una misión de la Armada. Antes de Proyecto Gorrión -el código elegido por el director del video, Mark Romanek- hubo un Proyecto Cardenal, una misión de varias semanas en que el equipo de redes sociales de Swift exploró la web para encontrar un grupo de fans representativos que pudieran aparecer en el video. Cuando una de las chicas posteó una foto de su invitación, rápidamente se la retiraron y después, presumiblemente, fue entregada al centro clandestino de detención de la CIA adonde van a parar los enemigos de Swift. (Jack Antonoff, de Bleachers y fun., que hace poco compuso varias canciones con Swift, dice que «el solo hecho de tener las canciones en mi disco rígido me hace sentir como si tuviera secretos rusos o algo así en mi poder. Es aterrador».)

En este momento, Swift está en una silla de maquillaje en su camarín; le están aplicando pestañas postizas. Tiene puestas una minifalda negra, medias negras y una remera rosa con el dibujo de un gato; su melena rubia está atada muy prolijamente con hebillas. Mide 1, 78 m, pero parece mucho más alta, incluso cuando se sienta sobre sus piernas desgarbadas, como si fuera un pretzel. «Necesito almorzar tipo AHORA», dice Swift, y su asistente le contesta que hay un pedido de sushi en camino. «Ooooh», ronronea. «Conseguime mucho.»

El video es para el single «Shake It Off», que pronto llegará al primer puesto, y que cantará por primera vez en los VMAs este verano boreal, pero de cuya existencia, en este momento, sólo está enterado un puñado de personas fuera de esta habitación. Les preocupa que haya espías o aparatos de grabación. «Ni me hagas hablar de los teléfonos pinchados», dice Swift poniéndose seria. «No es bueno que hable de eso abiertamente. Me pongo loca.» En cuanto a quién podría poner micrófonos en una oficina de producción de Van Nuys con la esperanza improbable de que Swift esté ahí adentro: «El sereno», dice, nombrando a uno de los cientos de candidatos. «El sereno, que recibe plata de TMZ. Va a parecer que soy una loca, pero ni te imaginás. Tengo que parar de pensar en todos los aspectos de la tecnología que no entiendo.»

Swift hace una pausa, como si sopesara cuán cómoda se siente con parecer tan paranoica. Y después prosigue: «Por ejemplo, los parlantes», dice. «Los parlantes son una salida de sonido. así que ¿no podrían también grabar?» Después, levanta su celular: «O podrían usar esto, ¿no? Digo, no sabemos».

Swift dice que nunca se siente completamente a salvo, en particular con respecto a su privacidad. «Hay alguien cuyo trabajo es tratar de averiguar las cosas que yo no quiero que el mundo vea», dice. «Se fijan en tu carrera, en qué cosas priorizás, y después tratan de pensar qué sería lo que más te lastimaría o lo más vergonzoso. Por ejemplo, yo no poso para las fotos sin ropa. Soy muy pudorosa con eso. Así que me asusta cuánto podría valer un video en que me esté cambiando. Es triste tener que estar fijándote si hay cámaras en los camarines y en los baños. No puedo caminar desnuda con las ventanas abiertas, porque esa imagen tiene mucho valor.»

Y sin embargo, a pesar de los altísimos niveles de seguridad, en varios sentidos Swift nunca se sintió tan libre como ahora. Es una tarde de octubre y está muy entusiasmada por la inminencia del lanzamiento de su nuevo álbum, 1989, porque marca su transición de artista country que coquetea con el pop a estrella pop hecha y derecha. Hace poco se compró un departamento lujoso en Nueva York. Y a pesar de lo que uno pueda haber leído en la prensa del corazón, hace mucho tiempo que Swift no está con nadie. No sale. No está a los arrumacos. Ni siquiera le interesa el sexting. Taylor Swift está soltera y la está pasando bárbaro.

«Me gusta mucho mi vida en este momento», dice. «Mis amigos están conmigo todo el tiempo. Empecé a pintar mucho más. Hago mucho ejercicio. Empecé a sentirme orgullosa de ser fuerte. Me encanta el disco que hice. Me encanta haberme mudado a Nueva York. Así que en términos de felicidad, nunca estuve tan cerca como ahora.» Que no necesariamente significa que sea feliz.

Hay una sola entrada en el edificio del nuevo departamento de Swift, y la mayor parte del tiempo la vigila un ex policía de la NYPD llamado Jimmy, que le abre la puerta a residentes e invitados por igual. Esto puede ser una molestia para vecinos como Steven Soderbergh u Orlando Bloom, que pagaron siete cifras para vivir en uno de los edificios más exclusivos de Tribeca, pero es un hecho ineludible cuando la chica de 24 años que vive en el último piso es una de las estrellas pop más importantes del mundo. «La mayoría de los vecinos ya se acostumbraron», dice Jimmy cerrando la puerta tras él. Hoy es un buen día para Jimmy, porque el ascensor volvió a funcionar después de un breve período roto. «Son seis pisos por escalera», dice, frunciendo el ceño. «Y no viajamos ligeros de equipaje, no sé si me entendés.» Le digo a Jimmy que sí lo entiendo, y se ríe. «¡No te imaginás la cantidad de zapatos!»

Arriba, en el penthouse, Swift abre la puerta: está descalza y tiene puesto un vestido veraniego de un azul violáceo: «¡Bienvenido a mi departamento!». En la cocina hay una selección de dulces de una pastelería de moda del downtown que se llama Smile. («Tienen unos muffins de banana y quinoa que me obsesionan»), y en la heladera, una variedad sorprendente de aguas con gas. («Tengo de cereza, de granada, de arándano, de frutilla, de mandarina y lima.»)

Swift cierra la heladera. «¿Querés conocer la casa?» Entra rauda al living, donde señala una pecera llena de pelotas de béisbol antiguas («Pensé: ‘¡Son tan copadas! ¡Tan viejas!'»), un par de velas perfumadas enormes («Pensé: ‘¡Son tan copadas! ¡Tan grandes!'»). «Ahí está mi piano», dice. «Acá, la mesa de pool, que siempre tiene pelos de gato. Esta es mi claraboya.» Se topa con una puerta. «Esta es una puerta por la que entro.»

Swift compró este departamento hace seis meses, al parecer por unos 15 millones de dólares. (Swift también compró la unidad del otro lado del pasillo, por unos 5 millones, que utiliza para hospedar a su equipo de seguridad.) Fue muy difícil verlo: le pertenecía al director Peter Jackson, que tenía un amigo actor que se estaba quedando ahí, y por eso la inmobiliaria no quería molestarlo demasiado. «Sir Ian McKellen», dice Swift con seriedad. «Supongo que una vez que hiciste de Gandalf, ya te podés quedar en la casa de Peter Jackson.»

Swift me muestra el camino hacia las cuatro habitaciones de huéspedes que tiene. «Acá duerme por lo general Karlie», dice en referencia a la supermodelo Karlie Kloss, una de sus nuevas mejores amigas, a la que conoció hace nueve meses en el desfile de Victoria’s Secret. Hay una canasta con las golosinas preferidas de Karlie de Whole Foods al lado de la cama, y un montón de fotos suyas en las paredes. Sobre la otra pared, hay un perchero lleno de camisones blancos. «Esto es algo que tenemos Lena y yo», dice Swift, refiriéndose a Lena Dunham, otra de sus nuevas amigas. «Nos los ponemos durante el día y parecemos pioneras, recién salidas de la ruta de Oregón.»

Swift conoció a Dunham en 2012, después de ver Girls y obsesionarse con la serie. Entró a Twitter para seguirla a Dunham y de casualidad justo vio que Dunham la había elogiado. «Me dio mucho miedo de que estuviera siendo irónica, pero de todos modos decidí seguirla, por las dudas. A los cinco minutos me mandó un mensaje directo. Dejame ver si todavía lo tengo.» Lo busca durante un minuto en su celular. «¡Todavía lo tengo! Dice: ‘Estoy tan entusiasmada con la idea de ser tu amiga que le añadí el adjetivo mejor adelante’. ‘Me encanta que te guste mi programa. Tengo muchas ganas de elogiarte en persona’.»

Recién trasplantada a Nueva York en sus veintipico, Swift dice que Girls es como su Sex and the City. «Puedo etiquetar a todas mis amigas como Shoshannas, Jessas, Marnies o Hannahs», dice. ¿Y cuál de todas es ella? «Lo pensé un montón», dice. Hace una pausa. «Shoshanna.»

Parece resignada cuando lo dice. «Shoshanna se entusiasma con todo, es como una nena. Y cuando estaba en una relación muy cómoda, tomó la decisión de abandonarla y experimentar más cosas por su cuenta. Y ahora se está volviendo una persona más segura de sí misma, que enfrenta la vida, y yo me identifico con eso. Pero yo nunca fumé crack sin querer en una fiesta en un galpón ni salí corriendo sin pantalones por Brooklyn.» (Dunham, por su parte, piensa que Swift es más una «Hannah, pero sin su comportamiento sexual asqueroso. O una Marnie, si no fuera una pelotuda».)

Swift sube por las escaleras hasta su habitación. Dormida sobre una cama enorme con baldaquín, hay una pequeña bola de pelos blanca. «¡Olivia!», dice Swift alzándola. Es su gatita de dos meses, bautizada así por Olivia Benson, del programa Law & Order: Special Victims Unit. «¿Viste qué fuerte que ronronea? Es una pegote total.» Abajo, en algún lado, está Meredith, su otra gata, por Meredith Grey, de Grey´s Anatomy. «Mujeres fuertes, complejas, independientes», dice Swift. «Esa es la idea.»

Sale al patio y sube la escalera que lleva a la terraza. «Cuidado», dice. «Todavía está en construcción.» Un bosque de rascacielos la rodean. La Freedom Tower parece tan cerca que casi se puede tocar. Swift señala una serie de macetas: «Esas son hortensias, y ahí hay rosas, albahaca y romero». Vuelve a bajar y pasa por al lado de una lámpara antigua con la inscripción CALADIUM SEGUINUM. Swift estudió latín en el secundario, pero dice que no sabe qué significa. (Más tarde, lo busco. Resulta que es un remedio homeopático para la impotencia masculina.)

Durante años, a Swift la aterrorizaba mudarse a Nueva York. «Durante mucho tiempo la ciudad me intimidó», dice. Pero ahora que está acá, le encanta. Puede ir a cenar caminando o a comprar muebles con sus amigos a Brooklyn. Incluso los paparazzi son mejores. «No me provocan ni me hacen preguntas raras. Un montón usan teleobjetivos, y si no hay otra que tener un paparazzo en tu vida, es mucho mejor.» Le gusta tanto que está tratando de convencer a algunos amigos, como Selena Gomez, de que se muden. «Proyecto Selena», dice Swift. «Me parece que lo voy a lograr.»

De vuelta en el living, swift se acomoda en el sillón con un muffin y empieza a hablar de cómo pasó el 4 de julio. Invitó a varios amigos a Rhode Island, donde tiene una casa en una comunidad muy elegante, Watch Hill. Estaba lloviendo y parecía que el día no iba a funcionar, hasta que al marido de su amiga Jamie King se le ocurrió comprar ocho Slip N’Slide [una tira de plástico resbalosa que se usa con una manguera] y ponerlas todas juntas como una especie de ciempiés alocado. Incluso bajo la lluvia, las tiras no estaban lo suficientemente resbalosas, así que agarraron aceite de oliva y se embadurnaron el cuerpo. («Era peligrosamente resbaladizo», dice Swift). Más tarde, se fueron todos a la playa, que en general está llena de gente que se la queda mirando («Las tarifas de los hoteles aumentaron el doble desde que estamos ahí», dice Swift), pero como ese día llovía, no había nadie. Esa noche prepararon un festín enorme y Swift le asignó las tareas a cada uno («Vos: ¡hacé el aderezo para la ensalada! Vos: ¡cortá las manzanas para la tarta!») y después jugaron al Celebrity, el juego en que todo el mundo pone un montón de nombres de famosos en un sombrero y por turnos tienen que adivinar el nombre en la tarjeta que sacaron. El juego se puso un poco candente, porque a uno de los equipos le tocó gente mucho más famosa, cosa que les dio, según el equipo contrario, una ventaja injusta. (Swift: «Yo pensaba: ‘¡Si vos saliste con él! ¡En 2010!'».) Pero finalmente las cosas se calmaron y el juego siguió su curso. ¿Ganó su equipo? Swift sonríe. «Por supuesto que ganamos.»

Swift compró la casa de Rhode Island en abril de 2013, al parecer por 17 millones de dólares. Fue la casa de veraneo de una heredera de Standard Oil, y tiene vista al mar desde todas las habitaciones y una gaviota que Swift bautizó George Washington, a la que le gusta nadar en la pileta. Swift dice que es «la casa de mis sueños», pero también ha sido la fuente de los primeros comentarios negativos sobre ella. El problema comenzó cuando reconstruyó su dique de mar, que según ella nadie había reparado desde 1929. Contrató a un equipo de ingenieros que se pasaron todo el invierno trabajando; ella pensó que estaba haciendo algo bueno, pero algunos vecinos se enojaron y la acusaron de arruinar la playa. (TMZ: «Los vecinos de Taylor Swift están furiosos: ¡Estás arruinando nuestra playa!».)

No pasó mucho tiempo hasta que la división de recursos costeros de la municipalidad de Rhode Island salió a decir que Swift no había hecho nada malo. Sin embargo, para Swift, el dique se convirtió en una especie de metáfora de los odiadores en general. «Siempre va a haber gente que se queje de algo», dice. «Pero cuando vieron cómo quedó cuando lo terminaron. ¡quedó mucho más lindo! El viejo dique estaba lleno de graffiti, estaba viejo, pero no en un buen sentido. Era un problema y yo lo arreglé. No cambió en nada la experiencia de la playa para los demás, salvo que ahora mi casa no se les va a caer encima. Así que bueno. Perdón, pero no les voy a pedir perdón.»

***

La única manera de escuchar 1989 es pidiéndole prestado el iPhone a Swift, que es blanco y plateado y está lleno de calcomanías de gatitos. Tiene 13 canciones en total más un puñado de bonus tracks, que están guardados bajo el indescifrable código «Sailor Twips». (Sólo me deja escucharlos con auriculares, por miedo a los espías.) Hay también cientos de archivos de voz que contienen bocetos de acordes y melodías, que es como la mayor parte de sus canciones toman forma. Antonoff (que además es el novio de Dunham) dice que para una canción que compusieron juntos, le mandó la pista a Swift y ella «a la media hora, literalmente, me mandó un archivo de voz que sonaba como el disco».

Como sugiere su título, 1989 tiene influencias de algunos de los artistas pop de los 80 preferidos de Swift, incluyendo Phil Collins, Annie Lennox y la Madonna de la era de «Like a Prayer». (Como 1989 es también el año en que nació Swift, es obvio que los empezó a escuchar mucho después, principalmente a través de Pop-Up Video, de VH1.) La producción ejecutiva del disco es de Swift y Max Martin, con quien colaboró por primera vez en el single de 2012 «We Are Never Ever Getting Back Together». Oficialmente, todavía no está terminado: en alguna parte de Suecia, Martin está ajustándolo hasta el último minuto para asegurarse de que los sonidos de la batería sean lo más modernos posible.

El disco anterior de Swift, Red, de 2012, se debatía entre el country y el pop. «Pero en algún momento», dice Swift, «te quedás sin el pan y sin la torta». Así que esta vez se decidió a hacer «música absolutamente pop». Los fans ocasionales no notarán la diferencia, pero para Swift es un paso gigante. Dice que no va a actuar en premios de la escena country ni va a promocionar el disco en la radio country. Cuando entregó el disco, cuenta que el presidente del sello, Scott Borchetta, le dijo: «Es extraordinario, es el mejor disco que hiciste hasta ahora. ¿Me podés dar al menos tres canciones country?».

«Te quiero mucho, en serio», dice Swift que fue su respuesta. «Pero esto va a ser así.»

El otro gran cambio en 1989 es que por primera vez en años no hay canciones enojadas sobre los ex de Swift. Hay un par de canciones sobre sus relaciones y su vida amorosa, pero son en su mayoría melancólicas y nostálgicas, no acusadoras ni revanchistas. «Según en qué fase de tu vida estés, el desengaño amoroso se siente de manera distinta, con otra profundidad», dice Swift. «Y en ese período de mi vida, mi corazón no estaba roto ni destrozado. No es un disco que se centre mucho en los hombres, porque mi vida en este momento no está muy centrada en los hombres.» De hecho, sugiere que no ha tenido ninguna cita desde que se separó de Harry Styles, el cantante de One Direction, hace más de un año y medio. «Onda: no tuve ninguna cita», dice. «A la gente le va a dar lástima cuando escribas eso. Pero es verdad.»

Swift dice que es muy difícil salir con chicos para ella. Para empezar, está la logística. «El 70 por ciento de las veces, cuando un pibe me invita a salir, me manda un mail de la nada», dice. Alguna estrella de cine que consigue su correo de su publicista y le escribe directamente. En general, rechaza estas invitaciones con amabilidad, pero incluso si alguien llega a penetrar esta línea de defensa, es muy difícil construir una relación.

«Yo siento que observar mi vida amorosa se ha convertido en un pasatiempo nacional», dice Swift. «Y ya no me siento cómoda proveyendo esa clase de entretenimiento. No me gusta ver seguidillas de fotos de pibes con los que aparentemente salí. No me gusta darles a los comediantes la oportunidad de hacer chistes sobre mí en las premiaciones. No me gusta cuando leo un titular tipo: ‘Cuidate, hermano, que va a componer una canción sobre vos’, porque trivializa mi trabajo. Y sobre todo, lo que no me gusta es que todos estos factores se suman y le añaden muchísima presión a cualquier relación nueva, que por lo general se muere antes de tener la oportunidad de empezar. Por eso no salgo con nadie.»

(Lo mismo vale para el sexo casual. «Me parece que no tiene sentido si no estás enamorada», dice Swift. «Y ahora no tengo energía como para estar enamorada. Así que no.»)

A decir verdad, Swift parece un poco hastiada, cosa que para alguien «consciente de su romanticismo incurable» tal vez no sea algo tan malo. «No es que descarté el amor para siempre», dice. «En mi vida en este momento no hay lugar para alguien más. Soy muy infantil y romántica en un montón de cosas, pero con esto soy muy realista.»

Swift hace una pausa y busca una metáfora que la ayude a explicar lo que le pasa. «¿Sabés qué es la Ballena Más Solitaria? Esta ballena nada a través del océano y tiene un canto distinto del de las demás. Por eso no tiene a nadie que nade con ella. Y todo el mundo le tiene mucha lástima a esta ballena, ¿pero qué pasa si ella está bien así? Porque no es algo malo que yo no esté muerta de amor por alguien. No es una tragedia, no es que me rendí y voy a ser una solterona. Aunque es verdad que me compré otro gato.» Se ríe. «Le pregunté a la gente: ‘¿Dos gatos ya me convierten en eso?’ Pero después pensé: ¿por qué estoy pensando esto desde la perspectiva de un pibe imaginario? Un pibe puede pensar que soy un embole por un montón de razones, pero no porque tenga dos gatos.»

Desde que está soltera, Swift se ha hecho amigas con el fervor que otrora le dedicaba a levantarse chicos. (Por ejemplo: hace dos años le dijo a Vogue que quería ser amiga de Karlie Kloss; ahora van al gimnasio juntas y viajan a Big Sur.) Swift dice que es otra de las consecuencias de estar soltera. «Cuando tu prioridad es conseguir novio, es más probable que veas a una chica linda y pienses: ‘Esta se va a levantar a ese pibe con el que yo salía'», dice. «Pero cuando no estás en la búsqueda, ves a estas otras chicas que la están rompiendo y pensás: ‘Quiero ser su amiga’.» Como ejemplo, cita a su amiga Lorde, a la que llama Ella. «Es como una fogata ardiente», dice Swift. «Podés tenerle miedo porque es poderosa y fuerte o podés ir y pararte al lado, porque es divertida y te hace brillar más.»

Al principio de su carrera, Swift evitaba las preguntas sobre el feminismo porque no quería espantar a sus fans hombres. Pero hoy en día, está orgullosa de ser feminista. Para ella, el feminismo significa que las mujeres tengan las mismas oportunidades que los hombres. «No me imagino cómo podés estar en contra de eso.» Dunham dice que Swift siempre fue feminista, asumida o no: «Maneja su propia empresa, hace música que la conecta con otras mujeres en vez de un personaje sexualizado para la mirada masculina, nadie la controla. Si eso no es ser feminista, ¿qué es?»

El foco de Swift en las mujeres es un arma de doble filo, porque cuando otra mujer la ataca, no tiene miedo de reaccionar. «Bad Blood», la canción más irritada de 1989, trata de otra artista que Swift se niega a nombrar. «Durante años, nunca estuve segura de si éramos amigas o no», dice. «Se me acercaba en los premios, me decía algo y se iba, y yo me quedaba pensando: ‘¿Somos amigas o me acaba de insultar de la peor manera posible?'» Después, el año pasado, esta estrella cruzó un límite. «Hizo algo horrible», dice Swift. «Pensé: ‘OK, entonces somos enemigas directamente’. ¡Y ni siquiera fue por un pibe! Fue por trabajo. Básicamente, trató de sabotearme una gira grande. Trató de contratar a mi gente sin decírmelo. Y yo soy muy poco confrontadora. No sabés cómo odio los conflictos. Así que ahora la tengo que evitar. Es raro, y no me gusta nada.»

(Cuando se la presiona, Swift admite que puede llegar a haber alguna razón personal en este conflicto. «Pero creo que el problema no existiría si ella no fuera tan competitiva», dice.)

Como de costumbre, Swift expresó sus sentimientos a través de la escritura. «A veces, los versos de una canción son frases que te gustaría poder mandarle a alguien en la vida real», dice. «Simplemente me senté a escribir lo que se me ocurría: tipo ‘Morite’. Eso sí que lo va a entender.’ Ahora seguro que la gente se va a obsesionar con saber quién es, porque creen que conocen todas mis relaciones. Pero por algo no hay ninguna pista obvia en la canción. No quería que fuera un festival de chismes. Quería que las personas pudieran aplicarla a cualquier situación en la que se hayan sentido traicionadas en sus propias vidas.»

Swift se enorgullece de nunca decir sobre quiénes son las canciones, y no piensa empezar a hacerlo con ésta. Sí, es verdad que hay algunas pistas en las liner notes del CD y que hace algunas referencias arriba del escenario, pero trata de que sean lo suficientemente oscuras como para mantener algo de misterio (o al menos para poder negarlo). Es tan disciplinada en este frente que ni siquiera menciona los nombres de sus ex novios en voz alta, así que cuando alguno se le escapa, incluso de la manera más inocente posible, es divertidísimo.

Swift todavía está hablando de «Bad Blood» cuando empieza a explicar por qué quiere que todos sepan que la canción trata sobre una mujer. «Ya sé que la gente va a hablar de una gran pelea entre chicas», dice. «Pero quiero que la gente sepa que no se trata de un hombre. No está bueno hablar mal de alguien con quien saliste y que parezca que lo odiás cuando no es verdad. Y sabía que la gente iba a ir inmediatamente en una dirección.»

Cuando se da cuenta de que acaba de mencionar sin querer la banda de su ex novio [One Direction], Swift se pone blanca como un papel. Se tapa la cara con las manos. «¡¿Por qué?!», aúlla, y se empieza a reír a carcajadas. Es la típica cara de sorprendida de Taylor Swift, sólo que esta vez es de verdad.

Swift no quiere hablar demasiado de su relación con Styles; sólo dice que ahora son amigos. Pero durante la conversación, parece obvio que muchas de las canciones de 1989 que son sobre un chico están inspiradas en él. Está «I Wish You Would», sobre un ex que se compró una casa a dos cuadras de la suya (y ella deja implícito que fue Styles). Y «All You Had to Do Was Stay», sobre uno que nunca quiso comprometerse (ídem). Y después está la canción que coloca un nuevo estándar de falso secretismo swiftiano: un tema sexy y algo nostálgico que suena a Miami Vice sobre un pibe de pelo prolijo y remera blanca y una chica con una minifalda ajustada que se llama -en serio- «Style». Se permite una sonrisa satisfecha. «Deberíamos haberla titulado ‘I’m Not Even Sorry’ [Ni siquiera me arrepiento].»

De todas las canciones del disco que parecen ser sobre Styles, la más intrigante es «Out of the Woods». Co-compuesta con Antonoff, es la historia frenética de una relación en la que cada día, dice Swift, «era una lucha. Olvidate de hacer planes para el resto de tu vida: estábamos tratando de remarla apenas hasta la siguiente semana». La parte más interesante de la canción llega cuando Swift canta: «¿Te acordás cuando frenaste demasiado rápido?/Veinte puntos en el hospital». Dice que está inspirada en un paseo en una moto de nieve con un ex que perdió el control del vehículo y chocó tan fuerte que vio toda su vida pasándole por delante en apenas un instante. Los dos tuvieron que ir a la guardia, si bien Swift salió ilesa. Se corrige: «No me lastimé tanto».

Para una pareja cuyos movimientos estaban tan vigilados, es sorprendente pensar que una noticia tan jugosa como una visita a la guardia de un hospital no se filtró en internet. ¿Sabés qué cosa funciona mejor que un acuerdo de confidencialidad?», dice Swift. «Mirar a alguien a los ojos y decirle: ‘Por favor, no se lo cuentes a nadie’.» De todos modos, sigue siendo sorprendente: la visita más secreta a un hospital igual incluiría tres o cuatro testigos. ¿Y ninguno habló?

Swift dice que eso es lo que quiere demostrar. «La gente piensa que sabe toda la historia de mi vida», dice. «Tal vez ese verso está ahí para recordarle a la gente que hay cosas muy importantes que no conoce.»

‘No sabia que cafe querias, asi que traje opciones.»

Dos semanas más tarde, Swift está en el asiento trasero de una camioneta SUV dando vueltas cerca del Central Park, con una bandeja con cuatro cafés helados sobre su falda. Afuera, la esperan varios paparazzi y fans. El plan es caminar por el parque y tal vez, está implícito, entender el tipo de atención que recibe a diario. Swift le agarra la mano a su guardaespaldas y sale del auto. Está vestida con un conjunto muy poco apropiado para un parque: una falda de tweed y un top cortito, escarpines Louboutin de gamuza rosa y una cartera amarilla de Dolce & Gabbana. Se maneja de manera impresionante por el camino lleno de barro con sus tacos altísimos, y la multitud detrás de ella va aumentando a cada par de metros. Delante, dos guardaespaldas le despejan el camino. Por detrás, otro lleva una bolsa con scons.

Swift dobla en un camino sin salida donde los paparazzi no la pueden seguir y se sienta bajo una pérgola a la orilla del lago. En los postes de madera hay cientos de nombres tallados, historias de parejas que vinieron acá antes, cosas que fácilmente podrían aparecer en una canción de Taylor Swift. Entusiasmada, Swift señala el lago: «¡Tortugas! ¡Patos!». Mira el suelo. «Ah, y un preservativo usado.»

Swift dice que el único momento en que podría venir al parque y que sea algo normal sería de noche («Y es peligroso») o a las 4 de la mañana («Muy temprano»). Hace cinco años que no maneja un auto sola, y no puede salir de su casa sin que los fans la persigan. («Si una nenita de 12 años le dice a su mamá: ‘Taylor vive a una hora de acá’, la mayoría de las veces, los padres harán el viaje.») Si bien no le gusta hablar mucho de eso, dice que muchos de sus fans creen que sus canciones contienen mensajes ocultos para ellos. «Pensalo», dice. «‘Romeo, llevame a algún lado donde podamos estar solos’. A eso sumale la locura de la gente, y suena como una invitación al secuestro.»

Hace un rato que estamos charlando cuando se acerca un bote con tres adolescentes, dos chicas y un chico. «Dios mío», dice una de las chicas. «¡Hoy es mi cumpleaños! ¿Me puedo sacar una foto con vos?»

Swift se ríe. «Podés, pero no sé cómo vas a hacer. ¡Estás en un bote, amiga!»

«¡Me bajo!», dice la chica. «Veo cómo hago.» Swift y su guardaespaldas la ayudan a acercarse a tierra firme. «¡Me vas a hacer llorar!», dice.

«¿Es tu cumpleaños de verdad?», pregunta Swift. «¿Cuántos años cumplís?»

«Diecisiete», dice la chica.

«Qué buena edad.»

«Sí, estoy muy contenta.»

La chica dice que vive en Long Island. Ella y sus amigos vinieron en tren a pasar el día. «Qué lindo», dice Swift. «¿Van a cenar a algún lado?»

La chica hace una mueca. «Vamos a. ¿Chipotle?»

Swift sonríe. Agarra la cartera y saca un puñado de billetes (90 dólares, para ser exacto).

«Tomá», dice Swift. «Vayan a algún lugar lindo.»

«¡Por Dios!», dice la chica. «¡Muchas gracias!». Vuelve a subir al bote y se alejan remando.

Es hora de irse. Jeff, uno de los guardaespaldas de Swift, un ex especialista en terrorismo de la Marina, se acerca para informárselo. «OK, tenemos una caminata de 6 minutos hasta la salida. Twitter explotó, así que los fans más aguerridos.» Se aleja un poco. «Vamos a hacer una llave y a evitar que se acerquen.»

Swift chequea su flequillo con la cámara del iPhone una última vez y mira el lago. «Ojalá tuviéramos un bote.»

Se levanta para irse. Inmediatamente, nos rodea una multitud de paparazzi y fanáticos. Incluso los vendedores de panchos están sacándole fotos. A medida que Swift atraviesa el parque, la multitud crece y se pone más agresiva; da un poco de miedo. «OK, gente, necesitamos un poco de espacio, por favor», dice Jeff. «Déjenla pasar. Denle espacio.»

Pero Swift no se inmuta. «¿Querés saber mi truco para dejar de sentirte victimizado y pasar a sentirte lo más?», dice. Saca su teléfono y me pasa los auriculares: «Esta es mi técnica». Aprieta play y empieza a sonar «Backseat Freestyle» de Kendrick Lamar. Mientras Swift mueve la cabeza, Lamar rapea:

Toda mi vida quiero dinero y poder

Respetame o morite en una lluvia de plomo

Rezo para que la pija me crezca como la torre Eiffel

Así me puedo coger al mundo por 72 horas

Dios mío, me siento muy bien

¡Mierda! Estoy en la Matrix.

Swift sonríe. «Me sé toda la letra.»

Por Josh Eells

Fuente: Rolling Stone

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