El dilema escocés: jugarse por el orgullo nacional o cuidar el bolsillo.

Después de tres siglos de vivir bajo dominio de Gran Bretaña, el país decidirá en un referéndum, el próximo 18 de septiembre, si se independiza de Londres.



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Después de tres siglos de vivir bajo dominio de Gran Bretaña, el país decidirá en un referéndum, el próximo 18 de septiembre, si se independiza de Londres.




Ian McLeod sufre los partidos del Celtic en el mismo pub del barrio de Govan desde los días lejanos en que peleaba contra el cierre de los astilleros del río Clyde. «Amo a Escocia, pero soy perro viejo. Esto de la independencia es una idea preciosa, pero tengo que escuchar a la cabeza y no al corazón.»

Tom Ruanne lo codea con el brazo en el que aferra la pinta de cerveza: «¿Cuál es tu miedo? ¿Vamos a depender toda la vida de los malditos ingleses?»

Afuera garúa, como casi siempre. En las calles de este suburbio industrial en declive la discusión se reproduce casa por casa. Es lógico. Dentro de un mes los escoceses deberán tomar la decisión más trascendental de su historia: votar en un referéndum si quieren independizarse de Gran Bretaña y terminar con 307 años de unión.

Las encuestadoras coinciden en darle una sólida ventaja al no, con cifras que van del 45 al 53%, pero los números a favor de la separación rozan el 40% y crecen a medida que se acerca el 18 de septiembre.

Un dilema psicológico atrapa a los escoceses. Por un lado, su robusto orgullo nacional; por otro, el temor a dar un salto al vacío con trágicas consecuencias económicas.

Lo sabe Alex Salmond, jefe del gobierno regional y del plan secesionista. Su propuesta para una Escocia independiente incluye mantener la libra esterlina, integrar el Commonwealth (con la reina como jefa de Estado) y asociarse a la Unión Europea (UE).

Promete un país pequeño (son 5,3 millones de habitantes, 8,3% de Gran Bretaña), pero más próspero, gracias a la inversión en Escocia de toda la riqueza de sus recursos naturales. Sobre todo, el petróleo del Mar del Norte.

La oposición aglutina a los tres grandes partidos británicos. Conservadores, laboristas y liberales encabezan la campaña Better Together (Mejor Juntos) con un llamado a la racionalidad.

«Salmond propone cruzar los dedos y tener fe ciega», aguijonea Alistair Darling, el ex ministro laborista que lidera la defensa del no. Su arma más efectiva ha sido, hasta ahora, recordar la advertencia de Londres de que no compartirá la libra con una Escocia independiente.

Los dos bloques se trenzan en una guerra de informes técnicos. El primer ministro británico, el conservador David Cameron, cifró las pérdidas que la independencia infligiría a cada escocés: 1400 libras al año. Salmond retrucó con otro análisis en el que asegura que en realidad habrá 1000 libras más para cada uno.

«Parece que fuéramos a romper Gran Bretaña o a quedarnos por lo que nos sale la cuota del cable», ironiza Craig Taggart, un analista económico del Royal Bank of Scotland. «Hay demasiadas preguntas sin responder y es imposible predecir qué pasará.»

Para el nacionalismo el enemigo es el Partido Conservador. Escocia es, desde hace décadas, un bastión socialdemócrata, donde los tories obtienen cifras de votos marginales. Se los asocia con las privatizaciones y el cierre de fábricas en la era de Margaret Thatcher.

El nuevo laborismo de Tony Blair impulsó la creación de un parlamento y un gobierno regional con sede en Edimburgo desde 1999, pero sus políticas liberales golpearon a su partido en las tierras rebeldes del Norte.

El Partido Nacional Escocés (SNP, por sus siglas en inglés) gobierna desde 2007 y cuatro años después obtuvo la mayoría absoluta. En 2012, Cameron y Salmond pactaron el referéndum.

«Es hora de que quien rija el destino de Escocia sea elegido por los escoceses», enfatiza Salmond. Suele ironizar con que en Edimburgo hay menos tories en el Parlamento que pandas en el zoológico (una diputada en la cámara regional; dos osos en el parque). Y, sin embargo, las grandes decisiones que afectan a su pueblo las toman en Londres gobiernos de esa ideología.

Los escoceses dudan. Viven en una región próspera que reinventó su economía a partir los años 90, con eje en los servicios financieros, el turismo y la alta tecnología. Tiene un desempleo ligeramente inferior al total británico (6,6%) y un PBI per cápita similar, aunque con un gasto público por habitante 20% superior.

«El modelo de sociedad al que aspiran los escoceses se aleja cada vez más del que propone Londres. En las encuestas se distingue un alza del sí que va a acentuarse cuando la gente cuente con más información. Hay final abierto», señala Stuart McDonald, vocero de la campaña por el sí.

LIBRO BLANCO

Suecia y Noruega son los espejos en los que Salmond ve reflejada a su «Escocia libre». Sus rivales lo comparan, en cambio, con Ecuador (porque usaría una moneda extranjera) y con Grecia (por el riesgo de quiebra).

En noviembre pasado, un entusiasta Salmond lanzó oficialmente su plan independentista con la presentación del llamado Libro Blanco, que respondía a 650 cuestiones concretas sobre cómo sería la eventual secesión. Al parecer, sin embargo, no todos los temas estaban resueltos en esa Biblia de los secesionistas.

¿Cómo será el divorcio?, preguntan las voces críticas. También se interrogan sobre qué parte de la deuda del reino le caerá a Escocia, qué pasará con las jubilaciones, quién garantizará que los bancos no se muden al Sur y si seguirá abierto el resto del mercado británico, receptor del 70% de la producción escocesa.

Es la economía, entonces. El sentimiento nacional de los escoceses -que supera el cliché de las gaitas, los kilts y los mitos de las Tierras Altas- siempre se las ingenió para convivir con la integración a Gran Bretaña.

«No hay otro tema que importe más en la campaña que las consecuencias económicas -opina John Curtice, director de la consultora ScotCen Social Research-. El apoyo a la independencia de Escocia es el más alto desde que se tienen registros y, sin embargo, no está claro que la campaña del sí pueda hacer el progreso necesario para llegar al 50%.»

El debate se calienta. Se discute en la televisión, en los colegios (podrán votar los mayores de 16), en las plazas y hasta en las salas de teatro de Edimburgo, con obras las 24 horas en medio del mítico Fringe Festival.

Pero las tensiones discurren con discreción, británicas al fin. En los palacios medievales de la capital flamean juntas la Union Jack y la bandera azul con la cruz blanca de San Andrés.

En Glasgow (en cuya área metropolitana vive el 40% de los escoceses) ejércitos de voluntarios del sí y del no peinan las calles y tocan timbres. El cordón industrial que rodea la ciudad es una fábrica de indecisos y el principal campo de batalla de la campaña.

«Nunca tuve problemas. Aquí sabemos manejar las pasiones», cuenta Siobhan Eliott, una estudiante que promueve el voto unionista en Govan y otros barrios obreros del este de la ciudad.

Les dan una única orden terminante: no entrar al pub equivocado a partir de la caída del sol.

EL DEBATE QUE DOMINA LA VIDA DEL PAÍS

El 18 de septiembre, los escoceses votarán en un referéndum si quieren independizarse de Gran Bretaña. Si gana el sí, se abre una negociación para establecer la separación, que se concretaría en 2016. Si gana el no, se mantendría la unión y Escocia podría tener más autonomía

49,5%

Votaría por el no

Según la última encuesta de la consultora Survation, la mayoría de los escoceses no quiere independizarse de Gran Bretaña

37,5%

Votaría por el sí

Los números a favor de la separación crecen a medida que se acerca el 18 de septiembre; hay varios indecisos

Alex Salmond

El líder nacionalista escocés propone en su plan secesionista mantener la libra, seguir en el Commonwealth y en la UE; según el político, los escoceses serían más prósperos al tener acceso a sus recursos naturales

David Cameron

Para el primer ministro británico, la independencia obligará a Escocia a un esfuerzo fiscal que hará más pobres a sus ciudadanos; no acepta compartir la libra

Fuente: La Nación



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