Kiss en el Campo de Polo, la ceremonia inoxidable

En el marco de su gira despedida, el cuarteto ofreció su espectáculo lleno de efectismos, pero con una base bien sólida: un rock and roll sanguíneo, lleno de clásicos, a cargo de veteranos en excelente forma.



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La relación entre Kiss y sus fanáticos argentinos supo, como todo vínculo amoroso, de vaivenes emocionales. En agosto de 1983, el grupo debía ofrecer tres conciertos en el estadio de Boca Juniors. La cancelación de los mismos, por amenazas de muerte a los músicos -o al menos eso fue lo que se dijo en su momento, porque el asunto nunca fue del todo aclarado-, fue un trago amargo para las huestes locales.

La revancha tardó en llegar, pero la espera valió la pena. En septiembre de 1994, la banda brindó un show en la cancha de River Plate y cuatro en Obras Sanitarias. El desembarco porteño fue comandado – a cara lavada – por Paul Stanley y Gene Simmons, secundados por el guitarrista Bruce Kulick y el baterista Eric Singer. Con los regresos de los históricos Ace Frehley y Peter Criss, los carapintadas abarrotaron el Monumental en marzo de 1997 y en abril de 1999. Stanley y Simmons –esta vez junto a Tommy Thayer en guitarra y Singer en los parches– volvieron al país en abril de 2009, noviembre de 2012 y abril de 2015. La noche del sábado 23, en el Campo Argentino de Polo y en el marco del End Of The Road World Tour, los kisseros vernáculos se reencontraron con su objeto de deseo por última vez.

La ceremonia comenzó, treinta minutos después de las 21, con “Detroit Rock City”. La pieza, de por sí impactante, estuvo realzada con una generosa puesta de fuegos de artificio y luces. El solo de Thayer fue coreado, nota por nota, por un público en éxtasis. Tras el golpe inicial, otro puñetazo demoledor: “Shout it out loud”“No hablo en español muy bien, pero comprendo sus sentimientos”, exclamó Stanley ante una multitud conquistada de antemano. Simmons, con un convencimiento apabullante, entregó “Deuce” y “War machine”. La tarea de demolición continuó con la vibrante “Heaven’s on fire”, de estribillo ideal para estadios“Oh soy kissero, es un sentimiento, no puedo parar”, rugían los espectadores a modo de agradecimiento. Sobre el cierre de “I love it loud”, el bajista realizó uno de sus célebres actos: escupió fuego sobre el mango en llamas de una espada. “Say yeah”, del álbum Sonic Boom y “Cold gin”, de la placa debut del cuarteto, dieron paso al segmento donde Tommy desplegó su virtuosismo con las seis cuerdas.

“¡Vamos a cantar!, invitó el Chico Estrella. Entonces, el cuarteto descerrajó la soberbia “Lick it up” con guiños a “Won’t get fooled again”, de The Who incluidos. “Calling Dr. Love” siguió levantando la temperatura, al igual que “Tears are falling”, del disco Asylum, y “Psycho Circus”, del trabajo homónimo. Luego, Eric Singer demostró toda su destreza en la batería de doble bombo. Ante el público argentino, el músico cumplió treinta años detrás de los parches de Kiss. Su debut fue el 23 de abril de 1992, durante una actuación en “The Stone” un club de San Francisco, Estados Unidos. Las cámaras de miles de celulares hicieron foco en el escenario para inmortalizar el momento en que “El Demonio” emanó sangre de su boca. Una puesta teatral tan predecible como efectiva. Con sus labios aún “ensangrentados”, el bajista arremetió con la furibunda “God of thunder”. “Soy el Señor de las Tierras Ásperas. Un hombre de acero de la era moderna. Reúno oscuridad para complacerme y ordeno que te arrodilles…”, bramó a sus súbditos desde lo alto de una plataforma.

El último tramo del concierto fue una seguidilla imbatible de hits. Para “Love gun” y “I was made for loving you”, Stanley se trasladó –por medio de una tirolesa– desde el escenario principal hasta otro más pequeño ubicado cerca del mangrullo de sonido. Allí arengó a todo el predio dando muestras de un histrionismo inagotable. Con el cuarteto completo, en la tabla principal, llegó la potente “Black Diamond”. A modo de bises, se encadenaron dos joyas del disco Destroyer: la bellísima “Beth” (interpretada por Singer) y la efectiva “Do you love me?”. El cierre fue, claro, con la celebrada “Rock and roll all nite” que desató una fiesta colectiva donde no faltaron lluvia de papelitos, serpentinas, humo, llamaradas y explosiones varias. Sobre las tres pantallas gigantes (ubicadas al fondo y a los laterales del escenario) apareció un mensaje: “Kiss love you Buenos Aires”. Los asistentes que ocupaban el campo vip, se tomaban selfies con sus celulares tratando de fundirse con ese vestigio de los norteamericanos. Mientras, por los parlantes, sonaba la redentora “God gave rock and roll to you”, incluida en el álbum Revenge.

¿Será End Of The Road World Tour efectivamente el cierre de la extensa carrera del cuarteto? No existe, por el momento, una respuesta a dicho interrogante. El paso de Kiss por la Argentina, en cambio, ofrece una serie de certezas. Stanley y Simmons construyeron, a lo largo de los años, una aceitada maquina sonora que combina excentricidad, desparpajo, glamour y toques kitsch. Sus conciertos son una obra teatral llevada adelante con la mayor meticulosidad, sin lugar para las improvisaciones. El recital de Buenos Aires, por ejemplo, fue una réplica exacta de los ofrecidos en Santiago de Chile días atrás. Sin embargo, detrás de ese andamiaje inflexible está la música. Se trata del viejo y querido rock and roll tocado con sangre –eso abunda, claro– y sudor. Paul y Gene, con 70 y 72 años respectivamente, siguen vistiéndose para matar y suenan más calientes que el infierno. Las 50.000 almas del Campo Argentino de Polo, muchas de ellas con las caras pintadas como sus héroes, fueron testigos de una entrega total. Un instante conmovedor y emocionante, como los buenos besos.

Fuente: Página 12

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