Martino, del potrero a la selección nacional

En el flamante "El Tata", los periodistas Lucas Vitantonio y Vanesa Valenti cuentan la vida del actual DT de Argentina, desde su infancia en Rosario y su éxito en Paraguay, hasta su sonado fracaso en el Barcelona de Messi. Infobae publica un extracto de la biografía.



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En el flamante «El Tata», los periodistas Lucas Vitantonio y Vanesa Valenti cuentan la vida del actual DT de Argentina, desde su infancia en Rosario y su éxito en Paraguay, hasta su sonado fracaso en el Barcelona de Messi. Infobae publica un extracto de la biografía.




Gerardo Daniel Martino conoció a su esposa Angélica en la escuela primaria. El escenario de su infancia fue un potrero. Deslumbraba. Lo ficharon en Newell’s. En la secundaria compartió el aula con Fito Páez, dejó con la boca abierta a sus compañeros haciendo jueguitos con una pelota de ping pong y sacrificó el viaje de egre­sados porque lo llamaron para debutar en Primera.

Quiso ser odontólogo, pero terminó siendo el ju­gador con más partidos en la historia de Newell’s. Y también el más expulsado. En los clásicos de la ciudad perdió más de lo que ganó. Con la camiseta leprosa fue ídolo, pero también lo acusaron de traidor. Fue un ocho talentoso que jugaba los dos tiempos del partido en el sector de la cancha donde daba la sombra. Las rutinas físicas siempre le resultaron un karma. Durante una pretemporada se perdió en una montaña por pretender acortar el camino.

Sus maestros en el fútbol fueron Juan Carlos Mon­tes, Jorge Solari y José Yudica. Marcelo Bielsa llegó después, lo hizo correr y lo completó como jugador, aunque ya estaba en el final de su carrera. De la mano del Piojo y del Loco dio vueltas olím­picas. Jugó con Diego Armando Maradona, lo cuidó y le prestó la cinta de capitán. La Selección fue su gran cuenta pendiente como futbolista. Tuvo un paso fugaz por Tenerife de España. Colgó los botines en Barcelona de Ecuador.

Se aburrió rápido. Y empezó la aventura de entrena­dor. El principio no fue sencillo. Debutó en Almirante Brown de Arrecifes y tropezó en otros clubes de la Pri­mera B Nacional. Unos años después, cuando no mu­chos se acordaban de él, las estadísticas reflejaron que había ganado copas y más copas en Paraguay al frente de Libertad y Cerro Porteño. El premio por ese andar fue sentarse en el banco de la Selección Guaraní.

La llevó al Mundial de 2010. En cuartos de final jugó su mejor partido y mereció otra suerte contra España. Pero completó una actuación histórica que se festejó en las calles. Quiso, entonces, ser profeta en su propia tierra. Y volvió. Fue el técnico del Newell’s campeón 2013 que supo hacer goles elaborados con jugadas de veinte pa­ses, una esencia perdida del fútbol argentino. Lo salvó del descenso y lo depositó en la Copa Libertadores de América. No llegó a la final por culpa de los penales.

Decidió descansar y, sin saberlo, se ubicó en el lugar justo en el momento preciso. Desembarcó en el pode­roso Barcelona. Cuando parecía que había llegado al cielo de cualquier entrenador, se dio un gran golpe. Que lo hundió. Lo deprimió.

Otra vez, se vio obligado a poner un freno. Pero no hubo caso. Los planetas se alinearon. Se convirtió en el flamante técnico de la Selección Argentina. Prometió conservar la mística del saliente Alejandro Sabella y desarrollar una propuesta de juego que enamore.

El Tata es un entrenador versátil: acomoda su es­quema al potencial del equipo. Le gusta que la pelota ruede prolija por el césped desde el arquero hasta el nueve. Plantea un juego leal, de ataque y presión cons­tante en la salida del rival. Da la cara por sus jugadores, los convence, los motiva y a muchos los potencia. Con­fía a muerte en su grupo de trabajo.

Rosarino hasta la médula, amigo de sus amigos, Martino no solo vive del fútbol. Es devoto del ritual de los asados. Pero tiene limitaciones en la parrilla. Admi­ra la perfección del tenista Roger Federer y la adrenali­na de la Fórmula 1. Y tiene debilidad por los libros y las series de suspenso.

Pero nada ni nadie tiene la relevancia de sus hijos: María Noel, María Celeste y Gede. Son la motivación de sus decisiones y el combustible espiritual para se­guir adelante.

Así es el Tata. Así es el gran DT.

Fuente: Infobae

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