San Valentín: ¿qué decimos cuando decimos «amor»?

¿Qué es lo que entendemos por amor? Si es algo que tanto deseamos y anhelamos, ¿por qué nos cuesta tanto vivirlo? ¿Por qué nos hace sufrir así? 



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¿Qué es lo que entendemos por amor? Si es algo que tanto deseamos y anhelamos, ¿por qué nos cuesta tanto vivirlo? ¿Por qué nos hace sufrir así? 




Podríamos afirmar que prácticamente desde que la humanidad habita en esta tierra se ha preocupado por un sentimiento que la ha conmovido y movilizado más allá de todo límite: el amor. Si bien tal vez nos cueste confeccionar una definición acabada de lo que es amar, entendemos que tiene que ver con un sentimiento positivo de afecto y atracción hacia el otro que nos moviliza a buscar tanto su compañía como su bienestar; a su vez, notamos que suele emerger desde algún lugar de nuestro ser que poco tiene que ver con la racionalidad y la lógica.

No obstante esta pequeña definición, agotar las profusas complejidades de este fenómeno tan propio de nuestra condición pareciera ser tarea imposible ya que ha producido discusiones, teorías y producciones literarias durante cientos de años. Es que, como sostenía Erich Fromm, «no hay nada en el mundo que se empiece con tanto entusiasmo y en lo que se fracase con tanta frecuencia». Sin embargo, más allá de todo palabrerío que podamos producir para responder esta inquietud, la teorización del amor no suele ir de la mano con su experimentación. Es decir, todos podemos decir qué significa para nosotros, pero esto no es garantía de que lo vivenciemos plenamente.

Este punto quizás nos lleve a una cuestión central en lo que refiere al amor: por lo general, solemos tener un ideal del mismo que excede con creces a la realidad, concibiendo así un amor puro, un amor de entrega, de comprensión, de abnegación, de absoluto altruismo… un amor platónico si se quiere. No es que no pueda ser eso, si no que al momento de llevarlo a la práctica nos encontramos con que se torna por demás dificultoso alcanzar este ideal y que el otro lo comparta.

¿A qué se debe esto? A que en muchas ocasiones tenemos una actitud pasiva para con el amor en donde nos convencemos que todo surge «naturalmente», que fluye como si fuera innato a nuestro ser y, además, solemos colocarnos en un lugar en donde sólo esperamos recibir, que los demás nos amen como nosotros creemos merecer, mirándonos a nosotros mismos como sujetos que deben ser amados más que como sujetos que deben amar.

En otras palabras, este amor puro e ideal que solemos anhelar queda desprovisto de toda visión de esfuerzo y se ve embebido del egoísmo e individualismo que corroen nuestra sociedad, transformando así una relación de gratuidad y reciprocidad en un mero contrato no escrito de beneficios corporales y materiales mutuos, «amando» así a los otros como medios y no como fines en sí mismos.

Así entonces, cuando nos disponemos a amar no hacemos más que fracasar porque esta disposición no conlleva una verdadera intención de encuentro, de tolerancia o de brindarse a sí mismo, si no más bien miedos, inseguridades y rechazo a la diferencia. Acostumbrados al discurso de «la media naranja» buscamos en el otro un ser que se adapte a nuestras necesidades en vez de concebirlo como un ser completo con quien debemos encontrarnos no «a pesar de» si no «con» nuestras diferencias.

En este sentido, el amor en nuestra actualidad muestra la tremenda paradoja en la que estamos situados como sociedad: deseamos tener la experiencia del encuentro, pero no estamos dispuestos a sacrificarnos por ella. A tal respecto Erich Fromm sostenía que el amor es un arte y que, como tal, debe llevar trabajo, horas dedicadas e incluso sacrificio; el «saber amar» no se adquiere genéticamente, si no que se logra a través de la práctica y el empeño.

Así pues, en fechas como estas en donde el amor fast food, los ositos de peluche, el compromiso trunco y las relaciones express están al orden del día, el verdadero desafío es desacralizar esa idea ficcional, falaz y comercial que se nos impone desde un sinfín de espacios, para luchar contra las barreras del individualismo que no nos dejan actuar con gratuidad e incondicionalidad ni tampoco nos permiten desear el bienestar ajeno. ¿Esto solucionará todos nuestros problemas amorosos? En absoluto, pero sin dudas nos hará seres más tolerantes, abiertos y generosos hacia los otros, a la vez que nos compromete en el enfrentamiento de un discurso que ha mercantilizado hasta la manera que tenemos de relacionarnos entre nosotros.

Fuente: minutouno.com

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