¿La era post-universitaria?Por dónde circulan hoy las ideas más innovadoras

En forma paralela a las universidades tradicionales, distintos espacios alternativos de creación y difusión de ideas de avanzada reúnen hoy a las mentes más originales. 



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En forma paralela a las universidades tradicionales, distintos espacios alternativos de creación y difusión de ideas de avanzada reúnen hoy a las mentes más originales. 




Singularity University, Minerva, el fenómeno TED, Edge.org y el co-working, entre otros, aprovechan el poder de las redes y postulan la transdisciplina, el optimismo tecnológico, la solución de problemas concretos y la capacidad de comunicar e «inspirar» a otros. ¿Nuevos intelectuales para un mundo global?

Como trabajo práctico, es al menos ambicioso: «Tomar uno de los grandes desafíos de la humanidad y dar forma a una idea que pueda impactar positivamente en las vidas de millones de personas». Sin embargo, lo más probable es que, al cabo de los dos meses que dura el curso en Singularity University (SU), en el corazón de Silicon Valley, la mayoría de los participantes efectivamente dé con una idea original para terminar con el hambre, el problema del agua o la polución urbana, quizá porque muchos de ellos ya han tenido un par de ellas en sus países de origen.

En casi cualquier lugar del globo, en tanto, un docente usa en su clase una charla TED dada hace un par de años; científicos de las ciencias duras y artistas debaten online sobre el origen de la vida; profesionales con carreras diferentes comparten un espacio de trabajo durante un par de horas para ver qué pasa, y alguien participa en un grupo de estudio online y gratis con pares de todo el mundo.

Son todos ejemplos de un fenómeno que crece a la velocidad de Internet: en forma paralela a la universidad tradicional, en espacios más o menos institucionalizados, académicos clásicos, pensadores de la innovación, emprendedores y tecnofílicos están produciendo y haciendo circular las ideas más innovadoras y desafiantes, en lo que algunos, los más entusiastas, llaman «el cerebro universal» y otros, los más precavidos, vinculan con los salones de pensadores y artistas que, en la Europa del siglo XVIII, contribuyeron a dar forma a ideas políticas y sociales que todavía hoy discutimos.

Las charlas TED y su espíritu -esas «ideas que vale la pena difundir» en 18 minutos por parte de expertos de los campos más diversos, que han sido vistas por Internet más de mil millones de veces-; la citada SU; Minerva University y su ideal de formar líderes en campus que rotan por el globo; la Khan Academy y Peer-to-Peer University; el sitio web Edge.com, que convoca a científicos sociales y de la naturaleza alrededor a los debates más creativos; los espacios de co-working en los que personas de distintas disciplinas comparten un espacio e interactúan, más allá de ser formatos atractivos, están interpelando la idea misma del conocimiento. En un mundo en el que la acumulación de datos parece una carrera inútil, la sabiduría está siendo reemplazada por el ingenio y la originalidad en las ideas; la especialización, por la transdisciplina; la torre de marfil de los académicos, por el conocimiento que «solucione problemas»; la jerga disciplinaria, por la capacidad de comunicar para «inspirar» a otros, en todo el mundo.

No se trata de declarar fuera de juego a la universidad -muchos de quienes idearon estos espacios pasaron por ella con honores y muchos de sus participantes son prestigiosos académicos-, sino de abrir espacios más horizontales y flexibles que, sin embargo, están cuestionando el canon académico. Hoy, muchos «intelectuales estrella» dedican más tiempo a construir una capacidad de influencia individual y prestan menos atención a la pertenencia institucional. Ser un orador TED escuchado en el mundo, escribir un libro que instale un concepto, sumar seguidores en las redes sociales, ser activista de una causa puede ser más perseguido que una publicación científica relevante o un puesto full time en una universidad prestigiosa.

Hay quienes son menos optimistas sobre el fenómeno: advierten, por ejemplo, de su elitismo y su orientación anglófona (el idioma franco de estos espacios es el inglés, y aunque muchos de sus intelectuales nacieron en países periféricos, es el paso por la academia norteamericana lo que les da finalmente visibilidad).

«En la periferia de las universidades o directamente fuera del circuito universitario están surgiendo nuevos espacios de aprendizaje -confirma desde Barcelona Carlos Scolari, experto en redes y cultura digital, y profesor de la Universidad Pompeu Fabra-. Creo que, en la esfera educativa, está pasando lo mismo que en la esfera mediática: pasamos de un sistema donde había mucho público para pocos medios a un ecosistema con muchos medios y experiencias de consumo fragmentadas. En la educación, las instituciones tradicionales ya no son los únicos ámbitos posibles de formación, y en cierta manera todos compiten por captar alumnos. Así como nuestra dieta mediática se ha vuelto más rica y heterogénea, no está mal que aumente la variedad de lugares para aprender.»

Es innegable, sin embargo, que detrás de esta proliferación de espacios hay una crítica a la educación tradicional. «El sistema educativo actual fue diseñado hace 300 años, con el espíritu de la revolución industrial y el objetivo de crear ciudadanos buenos, obedientes y productivos. El debate es qué capacidades, conocimientos y habilidades hay que desarrollar hoy para un mundo que todavía no sabemos cómo va a ser», apunta Gerry Garbulsky, organizador de TEDxRiodelaPlata. Y da algunas pistas: «Hay acuerdo en que tenemos que formar a los chicos para poder ser creativos, colaborar, trabajar en grupos, navegar la complejidad y la ambigüedad, innovar, llevar esas ideas a la acción y comunicar». Un desafío grande para cualquier institución educativa porque, además, ser «creativo» -el signo de los tiempos- ya no es lo que era. «Hace 500 años la innovación era inventar cosas. Hoy, la inmensa mayoría de las cosas nuevas provienen de recombinar elementos que ya están dando vueltas por ahí. Ser creativos hoy es animarnos a ensamblarlas de maneras originales para que puedan resolver un problema, mejorarle la vida a alguien», dice Garbulsky. «Por eso, en el futuro vamos a tener que tener más visibilidad sobre el todo, y no ser especialistas en un área muy específica.»

SOBRE LA «TEDIFICACIÓN»

Algo de todo eso hay en TED, una idea nacida en 1984 en California que explotó globalmente a partir de 2002 como un foro global de ideas que dos veces por año convoca a las mentes más originales de los temas más diversos para dar charlas que se han ido convirtiendo -a fuerza de repeticiones en la Web- en una nueva manera de producir conocimiento en común. Existe, incluso, lo que algunos llaman la «tedificación» de otros espacios, como profesores universitarios que empiezan a preocuparse por su estilo de dar clases, y empresas y organismos que organizan conferencias «a la TED» (este año, por ejemplo, el Banco Mundial ordenó que todas sus conferencias fueran «TED-style»).

«TED no reemplaza a la universidad, sí la complementa y la enriquece. No creemos que una charla de 18 minutos vaya a transformarte en experto en nada. Pero la gente dice que cuando viene a estos eventos no escucha 20 ideas, sino que se le ocurren ideas. Vos tenés un montón de experiencias, emociones, conocimientos, cosas que te dan bronca del mundo y de repente escuchás la mitad de la idea que te faltaba. Y bum», sigue Garbulsky. «Queremos sembrar un ámbito donde la colaboración le gane a la competencia, las ideas les ganen a los egos, donde poder salir de la coyuntura y mirar nuestro futuro», sintetiza.

Es el credo de estos tiempos, una militancia optimista que también tiene su reverso: un mundo del trabajo precarizado e informal, que en muchos países «obliga» al emprendedorismo o a inventarse uno su propia carrera. Estos espacios vienen, dicen algunos, a llenar informalmente el vacío de quienes encuentran que su formación original ya no les alcanza.

«Cambió el mundo del trabajo. Nadie está en el mismo lugar por 60 años, el estatus ya no está relacionado con el lugar físico de trabajo y está la posibilidad de emprender. En poco tiempo tener habilidades emprendedoras va a ser el equivalente de estar alfabetizado», dice Enrique Avogadro, subsecretario de Economía Creativa del gobierno porteño, una gestión que ha adoptado la «innovación» como uno de sus ejes. «El canon académico hoy puede complementarse con actividades formales e informales, y cuestiones que no están aparentemente conectadas», dice Avogadro. «El aprendizaje es cada vez más horizontal. No es importante la oficina, pero sí la posibilidad de conectarse con otros para aprender.»

Esa filosofía está detrás de los espacios de co-working, lugares donde la gente trabaja y colabora de maneras «no predecibles», espacios abiertos que se pagan por hora, con conectividad y servicios.

PENSAR DISTINTO

«Buscar las mentes más sofisticadas, encerrarlas en una habitación y hacer que se pregunten entre ellos las preguntas que cada uno se está haciendo a sí mismo»: la frase del artista James Lee Byars es la meta de Edge.org, un gran foro virtual creado en 1996 por John Brockman, un «empresario cultural» de larga trayectoria en la ciencia, el arte e Internet, donde se desafía a las mentes más brillantes a pensar distinto. Cada año, se hace una pregunta a casi 200 pensadores, científicos y escritores de los campos más diversos. Las respuestas se publican online y luego en un libro, de culto para muchos. Este año, la pregunta fue: «¿Qué idea científica está lista para jubilarse?», antecedida por: «¿Qué debería preocuparnos?», «¿Cómo está cambiando Internet el modo en que pensamos?» o «¿En qué creés aunque no podés demostrarlo?», entre varias.

Otra es la impronta de Singularity University -«el think tank de elite de Silicon Valley y su brazo global», como lo definió The Guardian-, financiado por Google, Microsoft y la NASA, abanderada del credo de la tecnofilia. Su programa estándar tiene 80 vacantes para las que suelen inscribirse más de 2500 personas de todo el mundo. «Hay tesis que se repiten en todas las charlas: que el costo de la tecnología se derrumba y eso hace que el potencial impacto de esas transformaciones sea mucho mayor; que los emprendedores tienen una capacidad disruptiva, y que hoy se puede acceder a educación de elite desde cualquier lugar y por eso el próximo Steve Jobs puede salir de cualquier lado», cita Avogadro.

Con una filosofía similar, Minerva acaba de dar inicio a su primera promoción de estudiantes -30 alumnos de 14 países- que pasarán cuatro años rotando por distintas ciudades del mundo, en clases sin presentaciones magistrales. «Las mentes creativas no están satisfechas solamente con el consumo de información, sino que prefieren debatir, discutir, analizar y desafiar el pensamiento convencional -apunta Robin Goldberg, chief experience officer del Proyecto Minerva, que estará en Buenos Aires la próxima semana, anunciando a la ciudad como una de las sedes de Minerva-. Innovadores y creativos quieren siempre estar rodeados de colegas igualmente inteligentes y capaces para avanzar en pensamientos, ideas y proyectos. Nuestro ambiente de aprendizaje es completamente activo y requiere una participación total en cada clase.»

¿En qué lugar quedan los intelectuales en este campo cruzado de debates transdisciplinarios? «Algunos de los pensadores más innovadores y críticos que conozco están fuera de la universidad o se mueven en su periferia, lejos del núcleo duro de la actividad institucional. Las universidades son grandes dispositivos burocráticos con protocolos que se transmiten desde hace siglos, y muchas están incorporando modalidades de control empresarial similares a las normas ISO 9000 de gestión de calidad. En este contexto es muy difícil desarrollar un pensamiento crítico e introducir cambios. Algunos no lo aguantan y optan por construirse un espacio propio por fuera de la gran institución», dice Scolari.

Mientras tanto, muchos intelectuales se han convertido en una marca. «Muchísima gente conoce a Stiglitz, pero muy poca podría decir que está en Columbia. Es un claro ejemplo de que hay intelectuales cuya marca va mucho más allá de su afiliación institucional. Más aún, llama la atención que gente muy voluminosa no esté obsesionada con crear instituciones, algo que en nuestro país, por ejemplo, era muy importante en los 50 y 60. Las personas más creativas y dinámicas están en una especie de metainstitución: si me interesa hacer algo con vos lo hago y mañana lo hago con otro. Detrás de Minerva y Singularity está la idea de no anquilosarse en las estructuras», apunta Walter Sosa Escudero, profesor de la Universidad de San Andrés, de la de La Plata, de la de Illinois (en Estados Unidos) y presidente de la Asociación Argentina de Economía Política.

La tribu de los pensadores globales crece: están los convencidos, los conversos y los que no abandonan del todo el otro mundo. Como sea, bien vale la pena, cada tanto, sentarse en la última fila (virtual) y escuchar de qué se habla. Pueden estar imaginando el futuro en el que muchos vamos a vivir.

Fuente: La Nacion

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