Tal como relató Vox Populi, este argentino nacido en Bahía Blanca el 28 de julio de 1946 salió, a la media tarde, «de su escondite en el que pasa buena parte de su permiso penitenciario cuando no está en Madrid visitando a su abogado». Estuvo menos de 10 minutos a la vista de todos pero igual fue suficiente para que alguien registre sus andanzas. El represor recorrió unos cien metros, ingresó en un negocio de ultramarinos y volvió a la casa donde, según le dijeron los vecinos al medio, vive con su mujer, su hija y algunos nietos. No habló con nadie en todo el trayecto.
El fallo que lo condenó fue dictado por la Audiencia Nacional española en 2005, que lo encontró responsable de estos delitos de lesa humanidad . Para eso, se basó, no solo en las declaraciones de 70 testigos -entre ellos, sobrevivientes de la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA), familiares, jueces y antropólogos forenses- sino también en lo que, en 1997, el exmarino dijo ante el juez de instrucción Baltasar Garzón. Allí confesó que, ese mismo año, participó de al menos dos vuelos en los que se lanzó al mar a una serie de detenidos que estaban vivos y que habían sido previamente adormecidos.
En una entrevista que concedió en 1996 explicó como era el modus operandi de «los vuelos de la muerte»: «Todos los miércoles se hacía un vuelo y se designaba en forma rotativa distintos oficiales para hacerse cargo de esos vuelos. Los que el día antes se les elegían para morir, se les llevaba al aeropuerto dormidos o semidormidos mediante una leve dosis de un somnífero haciéndoles creer que iban a ser llevados a una prisión del Sur. Una vez en vuelo, se les daba una segunda dosis muy poderosa, quedaban totalmente dormidos, se les desvestía y, cuando el comandante daba la orden, se les arrojaba al mar uno por uno».
De todos modos, luego se desdijo y negó su participación. Afirmó que si contó «un montón de disparates» fue «para que se supiera la verdad» y que si mencionó que fueron 27 las personas asesinadas al ser lanzadas al mar desde un avión, fue porque el número le era memorizable ya que él se casó un día 27. Y agregó, también: «Habrán desaparecido las personas que dicen y muchas más, pero yo no tengo ni idea. Me pidieron que contara la fantasía más grande del mundo».
En 2005, cuando se dictó el fallo, se escucharon las siguientes palabras: «El tribunal condena a Adolfo Scilingo como autor responsable de un delito de lesa humanidad del artículo 607 bis del Código Penal vigente, con causación de treinta muertes, una detención ilegal y tortura, a 30 penas de 21 años de prisión y dos penas de cinco años».
En ese entonces, Scilingo tenía 58 años y ya llevaba cuatro años en prisión preventiva. Si bien la sentencia era a 1084 años, el Código Penal español de 1973 (que regía cuando sucedieron los hechos), determinaba que el represor debía cumplir una pena efectiva de cárcel de 30 años y que cuando cumpliera 70 años, un juez penitenciario podría disponer su liberta